PALIMPSESTOS

Lo inmaterial de una herida

Meditación y erotismo en la obra de Isabela Muci

El erotismo es la esencia de la belleza.
Aldo Pellegrini

 

Isabela Muci, nacida en Venezuela, mantiene una correspondencia traslúcida entre los efluvios de la vida y el arte, del cuerpo y la memoria. Comunicadora social graduada en la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas, 1988, viaja a París un año después para cursar estudios de Bellas Artes en Parsons School of Design. Su experiencia con los materiales, el ejercicio de la meditación y su pureza enfrentada al caos del mundo, le permiten acercarse al misterio creador. Tuve la gracia de conocerla en la ciudad de Mérida, en un encuentro de jóvenes escritores en la Universidad de Los Andes, ella estaba de visita. Luego del evento, en un café, me confesó: “Busco transformar formas en abandono”; en ese momento recordé un verso de un poema japonés que decía: “La iluminación consiste en recoger cosas del suelo”.

Meses después cuando viajé a Caracas para ver una de sus últimas exposiciones, Suturas (mayo-junio 2014), comprendí lo que me había dicho. El soporte de sus pinturas eran carretes de madera del cableado eléctrico recuperado, y llamaba a su taller el quirófano al devolver a la materia abandonada la luz, haciendo suturas. Me comentó que dejaba las maderas a la intemperie, que las asolara la lluvia, el sol y el aire de la noche, bautizando un ritual que apenas comenzaba. El afuera curtía la superficie de la madera, preparándola para la desnudez de los cuerpos en flor que se abrían ante mí.

Mi encuentro con las pinturas fue desbordante: amanecía mi pudor dentro del círculo vidente de eros. Las obras me dieron la sensación de un voyerismo implícito, de estar espiando por la mirilla de una puerta, inaugurando la posibilidad de descubrimiento y placer incógnito, de signo velado, de asistir al ritual secreto de lo atemporal. La obra parecía fijar lo transitorio de la memoria, como diapositivas aisladas de un caleidoscopio. Bocetos de una anatomía fulgurante, los mapas secretos de un amor perdido o postales inventadas por la sensualidad de una máquina de sueños. Allí el color y las siluetas dialogaban con algo que me recordaba a Klimt, Van Gogh, Matisse, Gauguin, con la resolución de sugerir lo inmaterial de una herida.

Durante el conversatorio de Suturas, el Maestro Perán Ermini, reveló una dimensión vital de su obra: “Los sentimientos visuales que conforman el discurso expresivo de Isabela Muci, son como fragmentos de representaciones dislocadas, fragmentos de cuerpos desnudos, de actos sexuales, de flores en capullo, que se van recomponiendo, tejiendo, a la manera de un rompecabezas (un puzzle)”. Manos, pies, rosas, órganos, torsos, bocas, son invocados dentro de una danza flotante por el agua de una mirada invisible. Y es esto, precisamente lo más radical de su propuesta: el collage visual trabaja la polifonía de la memoria erótica.

En su más reciente trabajo, Palimpsestos amorosos –desarrollado durante su residencia actual en Miami – integra el marmoleado a su dibujo lineal constante. Un palimpsesto consiste en un manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada y escrita sucesivamente.

El marmoleado sobre madera, cuyo origen encontramos en la técnica japonesa milenaria del  Suminagashi ( “tinta negra que flota”), consiste, en dejar caer pintura con un pincel sobre una superficie líquida viscosa, para llevar dibujos flotantes al papel, y en el caso de los Palimpsestos amorosos, a la extensión de la madera. Isabela Muci confiesa su gozo: “Lo que más disfruto es su carácter impredecible, el resultado es siempre sorpresivo, y al trabajar por capas va adquiriendo una profundidad fascinante”.

Muci logra transferir la lubricidad de la imagen, en una presencia refractaria que incorpora vestigios de un despertar arborescente de naturaleza con flores, orugas, abejas, órganos y desnudez, una historia prismática de amor. Con esta descripción narra una parte de su proceso creativo: “Me interesa la austeridad de los blancos, empujada desde adentro por el color. Como la sangre y los latidos del corazón que no se ven pero que hacen viva la piel”.

A diferencia de Suturas, los fondos de las obras no son planos, manan desde más allá de la forma –como una fuente o aleph, donde se interceptan todos los puntos y líneas. Incandescentes pliegues erógenos ondulan, crecen y retornan, como líneas de dilataciones circulares que se producen en el agua cuando un objeto cae en su superficie -esos centros móviles que se distienden, dilatan hacia una orilla siempre postergada- y atraen la mirada virgen.

En los Palimpsestos amorosos, deliran las geometrías humeantes de la memorabilia, como textura oracular de un pozo encantado: el encuentro súbito con lo desconocido con lo latente. Las transparencias eclosionan, los cuerpos no son extáticos sino una orgía líquida de color los desvanece y hace aparecer como en la ilusión de un estereograma.

Las versiones anímicas del cuerpo femenino son reveladas como una reminiscencia que transparenta una herida de luz. De la misma forma en que la meditación opera, Muci rescata los objetos de su abandono. Serenidad, infinitud, desvelo: las apariencias se disuelven, abren el silencio como un cielo de color, como un cuerpo extendido en el horizonte del pincel.

Daniel Arella

Mérida, Tabay, 7 de mayo del 2016